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EL ANDAR DEL BORRACHO

   El azar es ese componente de causas imprevisibles que hace que nuestra vida pueda cambiar de la noche a la mañana; más aún, en un instante. Cuando creemos tenerlo todo bajo control el destino se encarga siempre de sorprendernos y nos cambia, sin previo aviso, las reglas del juego y nos tenemos que disponer a jugar a un juego totalmente diferente del que habíamos comenzado y teníamos previsto.



    Hay una suerte sin más a la que no podemos esquivar, por ejemplo nacer en un país u otro; y, dentro de ese país, hacerlo en esta o aquella provincia y en una u otra familia. Luego hay una suerte opcional que es la que nos sucede en función de las diferentes alternativas que elegimos en la dicotomía de la vida. Por ejemplo, podemos decidir si entrenamos o no en este o aquel Club y en esta o aquella categoría, y también podemos decidir si entrenar o no a un equipo masculino o femenino; después, una vez tomada la decisión, no sabemos lo que nos deparará el destino aunque es en esta suerte opcional donde realmente podemos incidir.
   Por ejemplo, nacer en Córdoba hace que tengas menos probabilidades de entrenar al Mini del Joventut que si has nacido en Badalona, y por lo tanto difícilmente llegas a tener la opción de aceptar o no ese puesto. Por tanto la suerte pura también incide en la suerte opcional.
  
   Muchos filósofos, matemáticos y estudiosos llevan años teorizando sobre la importancia del azar en nuestras vidas. A principios del siglo XX Albert Einstein analizó los movimientos de las partículas elementales y observó que su trayectoria era imprevisible, ya que no obedecía a ningún patrón. El científico recurrió a la metáfora del andar del borracho para reforzar gráficamente que esas partículas se movían al azar, sin ningún criterio o pauta. Puro albur.
   
   Cuando tomamos una decisión generalmente no pensamos en el papel que juega y/o que ejerce el azar, que, como hemos dicho, es un factor constante en nuestras vidas. Por eso, el éxito o el fracaso, no proceden, en multitud de ocasiones de una voluntad razonada, sino de escenarios casuales y erráticos, como el andar del borracho.




   No me cabe duda de que el baloncesto, como no podría ser de otra manera, es un fiel reflejo de la vida y en el que la suerte influye sobremanera y hay cosas que podemos dominar y otras que se escapan a nuestro control. Nuestro querido deporte está lleno de ingentes momentos de suerte, de buena o mala suerte según se mire. Ese triple imposible y desde 20 metros anotado en el último instante. Ese tiro libre fallado en el último segundo. El balón que entra cuando el defensor lo introduce en su propio aro sin querer cuando está reboteando, y así un largo etc. Hasta la posición de los árbitros en un momento dado del partido influye en la decisión de pitar o no una falta, unos pasos, una cosa u otra. Todos esos golpes de buena o mala suerte influyen en el devenir de un equipo y de un entrenador.   

   Ocurre con frecuencia que, nos centraremos en categorías de formación, el destino, el azar, te lleva a un club y a dirigir un equipo que no esperabas. Y ocurre también que entrenadores formativos tienen en sus manos, de manera sorpresiva, la posibilidad de entrenar a una gran plantilla de mini o infantiles sin más mérito que ser amigo del director técnico del club o del coordinador; o sencillamente porque no hay otro. Y ocurre asimismo que esos entrenadores ganan; ganan partidos y ganan incluso campeonatos sin valorar, sin ponderar, que su equipo también sería campeón con otros entrenadores, incluso de su propio club, pero sus jugadores posiblemente progresarían mucho más en manos de otro. Son entrenadores que tienen la rara ¿habilidad? de ganar en Minis o Infantiles con equipos de los que no saldrá ni un solo jugador para el equipo senior de su club ni para ningún otro senior de un mínimo nivel. Sí, los jugadores y las jugadoras también están sometidos al albur de la buena o mala suerte en función del entrenador/a que les toque, así de caprichoso es el azar.

   Hay entrenadores de base que ganan, se emborrachan de éxito creyendo que ganar es el fin último de su trabajo, y, en su embriaguez, pisotean las flores del jardín por tomar un atajo en lugar de rodearlo, sin ser conscientes del estropicio que montan. Entrenadores ebrios de éxito que han exprimido a sus jugadores en lo táctico olvidándose de lo técnico, pensando en hoy y no en mañana. Entrenadores formativos que, con la cogorza de lo que creen un triunfo, van dejando cristales rotos por el camino sin saber que posiblemente, con la resaca, tengan que volver descalzos por ese mismo sendero. 
    Los entrenadores tenemos que seguir formándonos permanentemente y tenemos que encontrar métodos para lograr formar en la base a jugadores con capacidad suficiente en su toma de decisiones, jugadores autónomos que no autómatas, jugadores que entiendan el juego y dominen un amplio abanico de fundamentos técnico-tácticos individuales.

   Desde luego que el principal aliado del entrenador para evitar el andar del borracho, para luchar contra el azar, es su preparación y su constancia en el trabajo, saber en qué categoría entrena y cuál debe ser su labor, su metodología y, cómo no, también influye en la lucha contra la suerte, la calidad de la plantilla que tenga tanto física, competitiva como emocionalmente. El que trabaja bien suele tener mejor suerte, pero ganar con equipos de iniciación no es sinónimo de estar trabajando de la manera correcta.

     La victoria viene de dios, pero el guerrero debe luchar con todas sus fuerzas.
                                                       (Proverbio chino)




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