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PIGMALIÓN Y GALATEA

   Muchas de las frustraciones que sentimos en nuestra vida se deben a un exceso de expectativas que depositamos en algo o alguien.
Según la RAE, expectativa es: la esperanza de realizar o conseguir algo.

   Esa esperanza es un arma de doble filo porque cuanto más deseamos conseguir algo es más fácil frustrarnos si no lo logramos. Las expectativas pueden crear un decepcionante abismo entre la realidad y la imaginación. Tener expectativas muy altas es una forma casi segura de encontrar la decepción.


   El poeta romano Ovidio nos cuenta en su libro Metamorfosis el mito de Pigmalión, un escultor que se enamoró de una estatua con forma de mujer que él mismo había creado y que llamó Galatea. Era tanto el amor que sentía Pigmalión por su perfecta estatua de mármol que pidió a los dioses que la convirtieran en humana y Afrodita, conmovida por tanto amor, escuchó a Pigmalión y dio vida a Galatea.

  Cuenta la leyenda que, tiempo después, Pigmalión ofendió a Afrodita y ésta, como castigo, durante una noche, mientras Pigmalión y Galatea hacían el amor, volvió a convertir en mármol a Galatea aprisionando a Pigmalión con su sexo y con sus brazos. Los gritos de este, no sabemos si de dolor o de pena, se escucharon por doquier. Final trágico en cualquier caso.

   Ocurre con cierta frecuencia en las canchas de nuestro suelo patrio que algunos entrenadores se enamoran, cual Pigmalión, de un jugador suyo, o del equipo entero, se enamoran de su obra de tal guisa, que la sienten y ven insuperable.

   Esos entrenadores, en su imaginario, ven jugadas perfectas y maravillosas; y ven a sus jugadores anotando canastas imposibles que previamente han dibujado ellos en la pizarra. Sus jugadores son excepcionales pasando, botando, tirando, defendiendo, etc.

   Esos entrenadores no quieren que a su equipo lo toquen otras manos pues sienten que eso estropearía su obra, y desean entrenar a ese equipo muchos muchos años pues sólo así, piensan, podrán completar su trabajo, lograr la perfección.

   Son tantas y tan altas las esperanzas puestas en sus jugadores y en su equipo, es tanto el amor que sienten, que es fácil que se decepcionen puesto que aun siendo lícito intentar cumplir nuestras expectativas, no lo es tanto si estas dependen de otros. Tener las expectativas demasiado altas impide a esos entrenadores disfrutar de los pequeños detalles técnicos de sus jugadores.

   Según el psicólogo Robert Rosenthal, las altas expectativas y creencias de una persona sobre otra influyen en su beneficio, dando como resultado un mejor rendimiento de esta. Es lo que él bautizó como el efecto pigmalión.

   Podemos pensar por tanto que si un entrenador transmite expectativas positivas sobre un equipo, estas pueden afectar positivamente en el buen rendimiento de ese equipo, y no iremos muy descaminados.
Todo sería perfecto si no fuera por un pequeño matiz, y es que esto es algo más complicado de lo que creemos, ya que estas expectativas tienen que ser reales y estar basadas y arraigadas en la mente del entrenador y creerlas de verdad en función de su experiencia, de cómo trabajan sus jugadores y del conocimiento de otros equipos y sus entrenadores. Si las expectativas son demasiado altas y fuera de contexto y además lo que comunicamos verbalmente se contradice con nuestro lenguaje no verbal, el efecto pigmalión puede tener unos resultados perversos y contrarios a los que buscamos.

   Cuando el poeta y filósofo Francesco Petrarca vio por vez primera a Laura de Noves se enamoró perdidamente de ella y, aunque su amor nunca fue correspondido, aunque fue sólo una utopía, inspiró en el poeta los más bellos poemas de amor.

   Años más tarde, las malas lenguas dirán que “Laura” no era nada más que una imagen idealizada por el eximio poeta, una alusión simbólica del amor y que nunca existió de verdad. Laura fue un espejismo, una imagen ilusoria producto de su imaginación.

  Cuidado pues con creernos entrenadores Pigmalión y pensar que nuestro equipo es Galatea, o pensar que somos Petrarca  y que el amor de ese equipo sólo nos pertenece a nosotros y que seremos correspondidos por siempre, pues posiblemente estemos simplemente ante un amor platónico, ante un espejismo, ante algo irreal.
   El onanismo mental obtiene el placer por medio de simples evocaciones, sin intervención ni maniobra alguna, sin tocamientos castos u obscenos. Es nuestra imaginación. Pura ilusión.

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