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BALONCESTO Y EL EFECTO MATEO

“…porque a cualquiera que tiene, se le dará más, y tendrá en abundancia; pero a cualquiera que no tiene, aun lo que tiene se le quitará…” Mateo 13:12 

   Este pasaje del evangelio según San Mateo es conocido por la parábola de los talentos y con ella Jesucristo se refiere a qué hacemos con los dones que nos son dados de origen. De su interpretación se han hecho diferentes lecturas, entre otras la de la injusta distribución social de los beneficios materiales e inmateriales.
   Lo cierto es que estas parabólicas palabras se aplican hoy en día en la economía, la educación, la ciencia, el prestigio y en otros muchos sectores de la sociedad; así de este modo, el que más tiene normalmente llegará a tener más. Es lo que el psicólogo canadiense Keith Stanovich convino en llamar el efecto Mateo, si bien es cierto que otros atribuyen la definición al sociólogo estadounidense Robert K. Merton.

   Por tanto, como hemos dicho, el efecto Mateo existe en muchos ámbitos de la sociedad y, como no, también lo podemos ver en el baloncesto. Por ejemplo, podemos  observar que, entre otras cuestiones, los clinics y conferencias de los entrenadores de más prestigio tienen una mayor difusión e impacto mediático, mucho más allá del nivel expuesto en la charla, que las de otros entrenadores menos conocidos y con ponencias en algunas ocasiones más interesantes; y este mayor impacto mediático hace que el reconocimiento de los más renombrados siga aumentando cual bola de nieve.

   Del mismo modo, podemos advertir como son prácticamente siempre los mismos entrenadores los que pasan de un equipo a otro, independientemente de los resultados que hayan obtenido en su equipo anterior. Entrenadores que han sido despedidos de un club fichan por otro sin solución de continuidad y siguen perteneciendo a la élite manteniendo o aumentando de este modo su prestigio. 
   En el baloncesto, como en la vida misma, hay diferentes estatus sociales, y pasar de un estrato inferior a otro superior se torna difícil. Desde luego no seré yo quien dude de la aptitud de los entrenadores que han llegado arriba, sin duda gracias a sus conocimientos y a su esfuerzo, sino que me refiero a que una vez alcanzado ese estatus, lo normal es que su prestigio vaya en aumento y no se bajen de la rueda. Cosas del efecto Mateo.


   Empero, no es en los entrenadores de élite donde quiero poner el foco, sino en las categorías formativas y en los entrenadores que por ellas pululamos, entrenadores que sin saberlo quizá, también nos topamos con el efecto Mateo.

   Los entrenadores solemos, de manera consciente o inconsciente, marcar unos mínimos en cuanto a conocimientos técnico-tácticos de nuestros jugadores según la categoría, y juzgamos su nivel en función de nuestro baremo que no deja de ser subjetivo. Nos podemos encontrar por tanto con jugadores evaluados según los criterios que hemos seleccionado y que nos pueden parecer según esos criterios poco dotados física y técnicamente y, como consecuencia de ello, los podemos dejar algo de lado en beneficio de los jugadores más hábiles ya que con estos nuestro trabajo luce más. De esta forma, podemos privar de atención y estímulos a los que están menos capacitados y sentir como poco a poco sus escasas habilidades se quedan estancadas y los vamos privando de incentivos, con los que podrían avanzar, siendo relegados a un segundo plano siempre en beneficio de los que mejores condiciones tienen que de este modo acaban por mejorar más sus habilidades técnicas. 

   Sin darnos cuenta somos los entrenadores formativos los que abonamos el terreno para que nuestras previsiones con respecto a un jugador se cumplan y así de ese modo entra otra vez el efecto Mateo en acción. De hecho estas previsiones entroncan directamente con el efecto Pigmalión del cual ya hablé en este artículo .  Como formadores debemos luchar contra el impacto perverso del efecto bola de nieve y una forma de hacerlo es dando prioridad a la actitud ante únicamente la aptitud, y priorizando la formación a los deseos de ganar y dando más valor al esfuerzo que a una rabiosa competitividad. 
   
   Debemos ser capaces de ampliar nuestros criterios de catalogación y no sólo valorar que un niño sea capaz de hacer una canasta a aro pasado con la mano izquierda, sino también poner en valor que el menos hábil sea capaz de hacer uso de esa mano en el bote, por ejemplo. Si ampliamos el baremo habremos ganado otro jugador para la causa y será sólo cuestión de tiempo que sea capaz también de aprender hacer una entrada normal con su mano menos hábil como paso previo a hacer un aro pasado con dicha mano, si seguimos con el ejemplo.
  
   Con esta amplitud de miras, podremos observar y llegar fácilmente a la conclusión de que bastantes de nuestros jugadores menos capacitados sencillamente no han tenido tiempo, tal vez porque no se lo hemos dado, para corregir y desarrollar sus habilidades técnicas. La paciencia por tanto deberá ser nuestra mejor arma contra el perverso efecto Mateo.







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